Me falta algo.
Me parece que de esta no te salva. Tú deterioro se ha maximizado aún más que cuando te hirieron. Fueron dos disparos en la espalda, pues, había emprendido la huida cuando viste los policías. Sabía que era a ti que buscaban. Te habían dado par de carreras en los últimos días. Pero la suerte te abandonó en esta ocasión. Y más, si el último que asaltaste era hijo de una persona influyente. Este cuando dio tú descripción, los policías de una vez supieron que eras tú. Fuerte, de tez oscura y estatura mediana. Con clinejas a ras del cuero cabelludo. Más que un asaltante, parecías un atleta de béisbol. Y pare favorecerte joven. Unos años atrás, todos los ojos de aquellos que dirigían la liga de béisbol que tú pertenecías, te señalaban como una futura estrella. A José, tú tío, tú dirigente se le había acercado comunicándolo de tus cualidades. José hizo todo el esfuerzo posible. Te compró el guante de pelota, los ganchos. Todo lo que tú necesitabas, pues él sabía que tú madre no podía ayudarte. Y además, él veía cómo ella te trataba. Lo que él no podía comprender era por qué te trataba así. Si estaba enojada, lo descargaba contigo. Si había poca comida, te quedabas sin comer. Si tus hermanos cometían una fechoría, tú pagabas las consecuencias. Cuando le comentaron de tus cualidades atléticas, las menospreció a tal extremo que te hizo creer que tú no eras bueno y que sólo serías como tú padre. Ah… Tú padre. Por él es que tú madre ha descargado tanto odio en ti. Pero ella no es culpable. Su odio y su ignorancia no le permiten discernir respecto a que no eres culpable de que tú padre lo abandonaras. Y el odio y la ignorancia combinados producen consecuencias aterradoras. Y tú eres un producto de esa combinación. Eres sádico. Disfrutas cuando tus victimas te suplican que los dejes vivir y te lleves todo lo que cargan. Ah… Sí. Lo disfrutas. Y tú ego se infla cuando lo comentas con tus amigos. Para ellos eres un ácido. Tus habilidades atléticas las trasladaste a actividades denigrantes. Desde luego, para ti no lo son. Solamente traspasas todo el odio que han descargado en ti. Y eso que no menciono todos los días de hambre que has tenido que soportar en tu corta vida. De esto podemos deducir que al tener tus víctimas esta necesidad satisfecha y tú no, menos remordimiento te producen. En ocasiones te digite – Estos pendejos hartos y yo con hambre- Ah… Sí. Eres un psicópata, de eso no hay duda. Pero ahora, postrado en esa camilla, eso no importa. Ni a los doctores que te atienden, tampoco le importa. Ellos sólo saben que fue en un intercambio de disparo con la policía que te hirieron. Cuando te ingresaron en la sala de emergencia, las probabilidades de vida eran nulas. Uno de los disparo te había destruido la columna vertebral, y el otro te perforó los pulmones. El doctor cabecera no se explicaba cómo había llegado vivo al hospital. Sería un milagro. Y si que lo era. A éste se le ocurrió hacerte todos los análisis de lugar para ver si no tenías ninguna enfermedad letal. Aunque tú contextura física hablaba de tú buena salud. Y efectivamente, saliste más limpio que el alma de un santo. El doctor no perdió tiempo. Llamó al banco de órganos. Dijo que tenía dos riñones, un hígado y un páncreas a disposición de alguien que lo necesitara. No habían transcurrido dos horas de haberte ingresado a la sala de cirugías cuando tú hígado y tú páncreas se encontraban en camino hacia otro inquilino. Sí, esa es la vida, ha quitado vida y ahora con tus órganos las salvas. Al día siguiente, encontrándote en cuidados intensivos, el doctor recibió una llamada comunicándole de un paciente con problemas renales. Te ingresaron a la sala de cirugías de nuevo y en una hora uno de tus riñones te había abandonado. Así de simple.
Tus familiares albergaban esperanzas, el doctor no se la daba. Pero que todo correría por su cuenta, le daba pena que un joven tan lleno de vida se le fuera de las manos.
Te sientes vacio. No sientes los pies. A una de tus primas que le permitieron entrar le dijiste que te sentías solo y como si te faltara algo. Ella entendió esto como un mal augurio, como una despedida.
Ahora tienes un deseo inmenso de ir donde tú hermana María a contarle. Pero no puedes menearte de esa camilla. Aunque la fuerza de ir a verla es tan extraordinaria que va en cuerpo astral. Ella pensará que fue un sueño o que anda penando… Penando…
Sandy Valerio.
miércoles, 7 de mayo de 2008
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