Wikimedia

Apoya Wikipedia

Seguidores

Vistas de página en total

sábado, 12 de septiembre de 2009

La venganza en el ocaso.


La venganza en el ocaso.

55 años juntos, soportando sin sabores, amarguras y placer carnal. Por esto último te aferraste a ella. No te importó la cantidad de hombre que tocaran su piel, ni que fuera mayor que tu. Y, lo mejor, le criaste los tres hijos que tenía, junto con los que tuviste con ella.

Si que ha sabido soportar con hidalguía tantos años de adversidades, sólo por placer. Por tocarla, sentir su cuerpo y sus gemidos. Ninguna mujer como ella, ninguna… Pero ahora es el ocaso de sus días, nada es igual. La ha abandonado la diosa Diana. No queda nada de su belleza de antaño. Sólo imágenes, fantasma de la que una vez fuera envidiada por Venus.

La está contemplando en la cama y no sientes el más mínimo sentimiento de tristeza al verla postrada como se encuentra. No te conmueve en lo más mínimo al ver la mujer que tanta pasión despertaba en ti. Y ella lo sabe, te comprende, demasiada amargura te hizo pasar en tu juventud. Es una especie de resignación contigo. De aquí que no hizo ningún esfuerzo por irse con la nieta que la vino a buscar, para llevársela a su casa a atenderla; además de que te opusiste. No permitiste que la sacaran de la casa, pues tú la cuidaría con más amor y más compresión.

Ella lo sabe, su intuición le dice que tú quiere que ella se muera, pero no se lo dice a nadie. Es el último secreto que te guardará. Sólo es cuestión de horas.

Ella abre los ojos y te ve parado en frente de la cama y te dice:

- ¿Qué tu haces ahí?

Le quiere decir que por qué no se muere de una vez y por todas, pero una pizca de prudencia que te queda te contienes y le contestas:

- Vieja…te estoy calentando un poco de leche ¿quiere qué te la traiga?

Moviendo la cabeza para arriba y para abajo te dice que sí. Le das la espalda y caminas en dirección a la cocina. Esta está oscura y sucia por falta de unas manos femeninas que la limpien, pues con tus gruñidos y rabietas alejas a todas las que te quieren ayudar con el cuidado de la enferma y con le limpieza de la casa.

Tu mal carácter se ha incrementado después que te regalaron las diminutas pastillas rejuvenecedoras, de color azul. Te han devuelto la vitalidad que había perdido. Estas pastillas te han hecho sentir como en los mejores momentos juveniles. Al extremo de querer casarte con Negra la hija de Mon. Que aunque es 20 años más joven que tu, con estas pastillas y unos cuantos pesos te entregaría hasta el alma; como lo a estado haciendo desde hace unos meses.

Es decir que el único problema entre la Negra y tú, es ésta mujer que está atendiendo.

Apagas la hornilla de la estufa y hecha la leche en un vaso plástico para que se conserve su temperatura y no se sienta tan caliente por fuera. Tapa la leche y regresa donde tu esposa.

Mientras caminabas hacia ella te llegaron a la cabeza los planes que tienes para esta noche. Te metes las manos en los bolsillos y sacas la última pastilla rejuvenecedora que te queda; y te dices…

- Coño… tengo que mandar a comprar.

Parado frente a la enferma colocas el vaso de leche en la mesita de noche que está al lado de la cama. Te sientas al lado de ella y comienza a levantarla para que se siete y pueda tomarse la leche. No le quedan fuerza para sostenerse por si misma así que la sostiene.

Le preguntas que si se va a tomar la leche ahora. Te dice que sí. Tomas el vaso y se lo pasa. Ella te pregunta que si está fría y le dice que sí. Lo toma con la poca energía que le queda pero no tiene fuerza suficiente, así que le ayuda a llevarse el vaso a la boca. Se detiene, pues ha sentido el calor del vaso, y te dice:

- ¡Está caliente!!!

Le dices que no, que tu mismo la enfriaste. Así que le lleva el vaso a la boca y con tus propias manos le hace tomarse un trago. Ella se queja del dolor que le produce la quemadura en la boca y te dice.

- Mejor mátame…

Sandy Valerio 12 – 09 - 2009

No hay comentarios: