Arrepentimiento.
En la parcela número 45 de la finca Máxima Gómez, propiedad de un señor llamado Pueblo. Este les había asignado la referida parcela a dos ancianos que habían trabajado desde muy jóvenes por ésta. Y, además, había uno de los ancianos que había administrado la finca por mucho tiempo. El otro era su más fiel colaborador.
La parcela le había sido asignada también, porque era la parcela que daba la mejor vista de la finca. Y en reconocimiento a la excelente labor de los nonagenarios en mantener sus inquilinos en la resignación, la brutalidad, el pesimismo, la ignorancia y la falsa.
Aunque el señor llamado Pueblo era el dueño, sus inquilinos tenían que elegir su administrador, pues, el señor llamado Pueblo no podía administrar la finca por la cantidad de obligaciones que tenía. Por ende, tenía que elegir a una persona de la misma finca para que la administrara. Y el aciano llamado Maquiavelo era el que más tiempo había permanecido como administrador. Desde luego que gracias a su amigo el gringo y el dejar hacer de sus correligionarios.
Y en esto fue que Maquiavelo junto con Hitofo puso todo su empeño, en crear un ambiente donde nadie sobresaliera sobre él. Y el que sobresaliera era cortado desde el tronco.
Los dos nonagenarios se encontraban en el frente de la parcela, pues, estos acostumbraban a sentarse ahí. Para que todo el que entrara y saliera de la finca tuviera que saludarles. Sea el administrador de turno, sea el agricultor, sea la cocinera; o sea quien sea que cruce por el frente. Tiene que brindarle una reverencia.
- Hitofo…hay algo que me ha estado perturbando desde algún tiempo. Y quiero decírtelo.
- Maquiavelo…nosotros hemos estado siempre juntos, desde que tú me protegiste. Yo he sido tú más fiel compañero todos estos años. ¿Cómo? Si te ha estado molestando algo, tú no me lo has dicho. Acaso no crees en mi lealtad. Te he fallado en algo. He desobedecido algún mandato tuyo. O acaso dejaste de quererme.
- Hitofo…mi más leal compañero. Tú que has estado en las buenas y en las malas junto a mí. Que cuando leía algún texto que resaltara las vicisitudes que atraviesan dos grandes amigos, y su amistad no sufre ningún resquebrajamiento. ¡Quién tú crees que me llegaba a la cabeza! Dime, mi querido amigo. Tú más que nadie sabe lo importante que era la parcela blanca para mí. Y no permití que nadie ¡absolutamente nadie! La habitara o la cultivara. Más a ti he encomendado aquella labor. Porque se que es como si yo mismo lo hiciera. Entonces, ¡cómo es que por tu cabeza puede pasar que yo desconfíe de ti o que te deje de querer! La vejes te a quitado tu inteligencia.
En ese instante Maquiavelo tose y se ríe, más Hitofo se queda pensativo y trata de relajarse afincando su espalda en su asiento reclinable que le había regalado un amigo de una finca lejana. Ya que Maquiavelo tenía uno. Así los dos ancianos al contemplar la finca se sentirían como amo y señores.
- Maquiavelo…no es que por mi cabeza esté pasando cosa semejante. ¡Pero cómo es que si algo te está molestando tú no me lo has dicho! Si los dos juntos diseñamos y aplicamos nuestros ideales. Que juntos trabajamos para que en la finca nos tuvieran siempre presentes los administradores que vinieran en el futuro. Tú cuando veía que un parcelero tenía un futuro en la finca. O aquellos que practicaban la organización y la pulcritud pero que no simpatizaban con nosotros, le mandábamos a destruir sus cultivos en medio de la noche. Por que siempre teníamos los capatanes a nuestro favor. Pues los sobornábamos y le permitíamos hacer y deshacer con tal de que nos fueran leales. Es decir, que nosotros –que no salga de aquí esto que te voy a decir- creamos el desorden en la finca. Yo fui el creador del eslogan ¡trabajemos como burro para progresar y dejemos los estudio que sólo sirven para soñar!
- Si… y eso es lo que me ha estado perturbando todos estos días. Si nosotros no hubiéramos creado tantos caos en la finca. Si no hubiéramos desaparecidos tantos parcelero honesto. Si no hubiéramos dejado a los capatanes por su cuenta y hubiéramos delatado a todos los que engañaban a nuestros parceleros. Si no hubiéramos dejado a nuestro amigo el gringo acabar con nuestros jóvenes talentos. No tuviéramos como estamos. Acuérdate que mi hermana me decía que yo no podía tener hijos, pues, soy muy apoyador. Y eso fue lo que nosotros más hicimos. ¡Apoyar! Dejarlo por su cuenta. Y de eso es que estoy arrepentido. Y ese arrepentimiento es que está calando en mi alma y está haciendo añicos mi ser. El mantener a todos los parceleros brutos, sin objetivos y siempre pesimista, ha sido un error de nosotros. Que amenaza con que todo desaparezca en la finca. Hemos creados un campo de batalla en donde reina el libertinaje y el caos. En el cual todo amenaza su propia existencia. De eso es que estoy arrepentido en lo más profundo de mi alma.
- Pero tú fuiste que me dijiste –que no podíamos dejar que los parceleros vieran luz al final del camino-. Que cuando sobresaliera uno en inteligencia, en astucia y en carácter; que pudiera abrirle los ojos a sus compañeros. Mandábamos a nuestros correligionarios que lo humillaran, lo echaran de la finca. O a regar el rumor en torno a él de que estaba loco. Y en caso extremo, desaparecerlo. Pues si estos continuaban en la finca los parceleros dejarían de escucharnos y seguirnos. Nosotros que tanto hemos luchado por ésta finca. ¡Y que nos pertenece!
- Si, Hitofo. Pero mira como están nuestros jóvenes destruyéndose unos con otros. Los parámetros que nos rigen son el despotismo, el sadismo, el servilismo y demás vicios del alma. ¡Crees tú que con tanta mezquindad pueden desarrollarse nuestros correligionarios! Me parece mi querido Hitofo que se nos fue la mano.
Los dos ancianos se sumergieron en un silencio sepulcral, contemplando todo el que pasaba por el frente de su parcela pues casi era el ocaso del atardecer.
Sandy Valerio. 25 – 3 - 2001
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