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jueves, 12 de abril de 2012

Esas gentes están locas.


Esas gentes están locas.

Tienes la mirada apagada. Las cejas fruncidas del dolor que te producen las ampollas que tienes en los pies de tanto caminar. Y para empeorar el asunto, unos zapatos de gomas que te regalaron para el viaje, pues, no tenía. Tu dolor es insoportable. Aunque siempre ha soportado el dolor con hidalguía pero en esta ocasión te tiene dominado. - Va... Esto se me quita-. Te dices. Siempre pasa. Eres un macho de verdad y por eso no debe estar tan vacilante. Si tu padre te viera te golpearía, pues, para él los hombres no se quejan tanto. A... Tu madre. Sí, ella también se avergonzaría. Te acuerda cuando te decía que los hombres no lloran y te colocaba una carga de leña en la cabeza. A... Aquellos días de infancias. Mira como te encuentras, vuelto un guiñapo. Por Isabel, tú hermana, que te instó a que te fuera a vivir a la capital. Que más trabajo. Que volvería al campo y compraría tu casita con un conuquito. Que ayudaría a mamá. Que Juana te haría caso cuando volviera de la capital. Esto aún resuena en tu cabeza y te llena de cólera por el dolor que está sintiendo del cansancio de estos último 15 días. Sí, mírate, no aguantas más. Después de esta última loma, tu pueblo. Aceleras el paso. Tiene un deseo inmenso de gritar pero no lo hace. Ya está en la tierra de Antonio. Desde aquí se ve todo el pueblo. Ahora puede sentarte a descansar. Te sientas. Meditas en todas las decisiones difíciles que tuviste que tomar cuando decidiste salir de aquel infierno. Valla que era un infierno. Nunca en tu desgraciada vida había visto cosa semejante. Aviones volando a ras del suelo disparando sus ametralladoras a las personas que estaban del otro lado del puente. El rugir de sus motores juntos con el de las ametralladoras, te hicieron sentir que te orinaba en los pantalones. Para desgracia tuya vivía a unos metros de donde se produjo la balacera. Tan así que podías ver a los que estaban del otro lado del puente. Viste como las balas le perforaban los cuerpos. Como caían. Sus amigos levantando los heridos en medio del tiroteo.

Era una masacre. Pero el valor de ellos era mayor que todas las armas juntas de lo que estaban del mismo lado que tú. Mientras más caían, más aparecían. Hasta que los de éste lado, con todo sus aviones, tanques y fusiles, tuvieron que desistir de cruzar el puente. Todo esto lo viste y lo escuchaste. Fue después de ese tiroteo que le dijiste a Isabel que te iba para tu campo. Ella no puso resistencia. Veía el miedo en tu rostro. Pero había un problema. ¿Cómo llegar al campo? No hay transporte. No puede cruzar el puente. No conoces a nadie que te pueda cruzar en vote. Entonces, la decisión. Caminando... Sí, te iría caminando. Río arriba hasta poder cruzarlo. A las personas que encuentres en el camino le preguntaría como llegar a Santiago. Así empezó tu viacrusi. A... Que experiencia. Nunca la olvidará. Ahora, sentado, saca una migaja de tabaco que te quedaba en el bolsillo y te lo entra en la boca para masticarlo. Te ayuda a mitigar el dolor y el hambre. Que satisfacción. Ya llegaste a tu pueblo pero a que precio. Mira una silueta que se acerca. Es Antonio, como de costumbre, temprano. Te quiere parar a saludarlo pero el cansancio te vence. El te ha visto. No te ha reconocido por la distancia, pero ya que está próximo te conoces. Escucha cuando te vocea Hipólito... Hipólito... Le abre los brazos en señal de que lo escucha. Tú también lo quiere llamar, pero no puedes, tus ojos se llenan de lágrimas. El lo comprende, se te acerca y te da un abraso. Después de tantos días sin ver a alguien conocido y bajo está circunstancia, es como si viera un ángel.

El te pregunta que te ha pasado. Lo último que sabía de ti era que te había ido para la capital a vivir con Isabel, la buenota de tu hermana. Sí, le dices, pero esas gentes de la capital se pusieron locas y rompieron a matarse unos con otros. El te lo confirma. Las noticias ya llegaron al campo. Llegaron primero que tu. Es tan así que Antonio sabe más que tu de lo que está pasando. Pero no hablan más. El vio tu deterioro. Te monta en su burra que nunca lo abandona. Y te lleva a casa... A casa...

Sandy Valerio.

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