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sábado, 11 de febrero de 2017

Una carga pesada.

Una carga pesada.

La crecida del río arrastra árboles, piedras y todo tipo de escombros que éste encuentra a su paso. Los lugareños de Baitoa saben esto.

Martín y Pedrito fueron enviados por su madre a buscar leña para el fogón. Y en la ribera del río había bastante de ésta. Lo suficiente para durar una cuantas semanas con combustible para cocinar la comida.

Además, en el río solo hay que picarlas. Mientras que en los montes de aromas, hay que abrirse paso entre los árboles. Cosa ésta bastante dificultosa. Aún tiene Martín una espina incrustada en los pies de la última carga de leña que buscó.

Los dos niños se dieron un baño en el río después de cortar los troncos. Su madre lo sabía. Fue uno de los estímulos para convencerlos. Jugaron en el agua. Se zambulleron una y otra vez en las cristalinas aguas del Yaque del Norte.

Después de un buen rato Martín le dijo a Pedrito que apilaran la leña y la amarraran para cargarlas. Ellos la habían picado antes de bañarse. Con apenas 12 años Martín era lo suficientemente responsable en las tareas encomendadas. Su madre lo sabía.

Martín amarró su paquete y el de Pedrito. El de él era lo suficientemente grande. Tan grande como para que un hombre lo pensara antes de colocarselo encima. Pero para él era fácil. La costumbre del trabajo duro del campo lo había fortalecido.

La carga de Pedrito era pequeña. Igual a su tamaño. Éste apenas tenía seis años.

Martín ayudó a Pedrito a colocarse la carga de leña en la cabeza. Y de una vez se colocó la de él.

Pujó como un burro cuando se le coloca una carga pesada. Más no se amilanó. No es la primera carga pesada que se coloca en la cabeza.

Comenzaron a caminar de regreso a casa. Uno detrás del otro.

Después de 10 minutos de caminata a Pedrito se le agotaron las fuerzas. La carga se le hizo muy pesada. Martín se quitó la carga de leña de la cabeza y la colocó en el suelo. Consoló un poco a Pedrito y le ayudó a quitarse la carga de leña.

Descansaron unos minutos. Comieron guayaba silvestre. Y jugaron un poco. Unos minutos. Luego, continuar con su misión.

Pedrito repitió la misma acción a lo pocos minutos de haber retomado la marcha. Descansaron. Jugaron. Y continuaron.

Pero la carga se le hacía cada vez más pesada a Pedrito. Ya no podía con ella.

Entonces ocurrió. Martín amarró la carga de Pedrito a la suya y se la colocó encima. Mujió como un toro al arar en una tierra con mucha raíces.

Su fuerza era la de un hombre. De un hombre con una fuerza extraordinaria.

Pedrito caminaba al lado de él. Se sentía orgulloso. Ese orgullo que sienten los niños por las personas que quieren.

No se detuvieron ni una vez mas. Al llegar a la cocina Martín dejó caer la carga de golpe. Estaba exhausto. La respiración se le dificultaba.

La madre se sentía orgullosa de ambos.

Al ver la carga de leña observó que habían dos paquetes en uno. Uno grande y uno pequeño. Miró a Martín y a Pedrito. Se sonrió complacida con Martín. Y le dijo...

Tú siempre ayudando a Pedrito.

Sandy Valerio



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